martes, 22 de noviembre de 2011

El hombre que quería cambiar al mundo.

No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo


Así repetía este personaje único, tan señero. Siempre se mostró diferente, algo inusual desde crío. Cierto día cuando fue niño, en el colegio veían cosas de esas que lo hacen a uno pensar y saber. La profesora repetía en prosa, así escupía lo de los libros de historia, geografía y otros tantos.

Hablaba sobre la teoría divina de la creación, la divina providencia y el origen del hombre. Nuestro personaje, de niño preguntaba incrédulo –Quién es el dios de los marcianos-, finalizando mientras comenzaba el concierto de risas por parte de sus compañeros de banca y aprendizaje, éstos decían y decían –Qué tonto-. La maestra se mordió la punta de la lengua para soportar la risa guasona, por dentro pensaba en la bufonada del niñato, por fuera con su rol de educadora respondía –Seguramente el dios marciano-. Lo que ella no sabía era que, esta respuesta marcaría de por vida al personaje. Pasaron los años, más caries, más dolores de espalda, más estrías, más todo. El personaje era solitario, tenía un sueño en la vida y era cambiar al mundo. Por qué, qué retribución traería el hacerlo, nada, no, nada. No ganaría mucho dinero, no sería recordado por ser el guerrero enfermo de sangre, el de mil batallas, tampoco un hombre poderoso, un hombre con círculos íntimos de confianza, al contrario pues éste era solo, solo como la sombra que lo acompañaba a todos lados, con la figura a contraluz encorvada cargando el peso del paso del tiempo, el peso del cambio queriendo ser modificado. Así pensaba qué hacer, pasó toda la vida pensando cómo, no pensaba en él, pensaba en todos, en cómo cambiar. No pretendía el poder, bien sabía que el poderío lo corrompe todo, incluso los ideales más afables, más nobles son tiznados por el humo negro del poder. Veía al cielo y se preguntaba cómo era el dios marciano, con antenitas y todo seguramente. No sabía cómo transmutar al mundo, pensaba y pensaba hasta que la cabeza le dolía, hasta que una lágrima le salía, hasta que las burlas lo mermaban y dejaba por un tiempo la idea alienada. Volvía a la normalidad, eso de trabajar, ser un hombre algo o más o menos honesto, intentar ganarse un lugar en la manada, cumplir ciertos ideales de terceros, darle sonrisas a cuartos; era el camuflaje de su plan. Siempre él y su soledad; intentaba ser buen hombre pues sabía que sólo así podía cambiar ciertas cosas, eso del dios marciano lo seguía dudando a su edad adulta. Cuando veía actitudes dañinas en su entorno inmediatamente reaccionaba con diligencia, así encontró su primer empleo con vocación –Creador de conciencia-. Salía todos los días a intentar cambiar el mundo, rotuló una playera que decía –Quiero que el mundo cambie-. La gente se reía, los de su edad decían a sus hijos –Eso pasa cuando consumes muchas drogas-. Corría por todas las calles de su lugar de vivienda, la gente lo veía, reían, lo veían, burlas de parejitas jóvenes, recelo de los viejos, hasta los perros le ladraban como si su energía molestara al otro. Corría y sudaba, ese era su trabajo, dejar un mensaje. Se dedicó a correr con su playera sucia durante días por carreteras, avenidas, calles y todo. No obtenía réditos, no tenía patrocinios perversos, nada. El dios marciano, qué memez tan zalamera, no imaginaba un –diosito- con ojos grandes, antenitas y toga cursi diciéndole a todos los marcianos que se amen unos a los otros, qué disparate. Ni todos los hombres de un mismo planeta se aman, ni mínimamente se toleran, menos unos marcianos de toda una galaxia o universo. Quiero cambiar al mundo, así decía. Cuál es tu vocación o sueño en la vida le preguntaban a algún otro, respondía que ganar mucho, otro diría que ser un chingón, otro que chingarse a muchas viejas, algún otro ser exitoso, uno más que ser feliz. Pero el hombre que quería cambiar al mundo tenía clara su vocación, seguía a su corazón y era así el mensaje: -Crea conciencia-. Así se dedicó toda la vida a ser diferente, recorrió el mundo con su mensaje, no le interesaba otra cosa, sólo cambiar las cosas del mundo, tan pésimo y tan lamentable.

J.L. Mejía

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