En la cima, sentado el sabio.
Éste, siempre meditando, sin alboroto.
Aventurero y guerrero.
Buscaba lo que tantos.
No, amor no.
Tampoco la felicidad.
Los bajos placeres estaban cubiertos.
Sus éxitos y autorrealizaciones, no.
Convencerse de que podía encontrar lo que preguntaba.
Escaló la montaña blanca.
Pasó por mucho pesar.
Pensó que moriría en el intento.
Pasó el tiempo, transcurrían alientos.
Llantos, rasgaduras y dolores.
Llegó con aquel viejo.
Arribando, éste le consultaba.
Venía en busca de la sabiduría.
El viejo, meditando estaba.
Caso omiso al llamado.
El joven replicaba.
Había pasado por lo que muy pocos.
El viejo abría los ojos.
Sigiloso, sin expresión alguna.
El joven le decía, le pedía.
El viejo callado, reservado.
Buscaba la sabiduría, ésa la del viejo.
Que el joven pensaba que tenía.
Nevaba en la montaña blanca.
Abría los labios secos, diría algo.
El viejo decía.
La sabiduría tendrás.
Cuando no la busques.
Baja de la montaña.
Sube a la montaña.
Bájala.
Súbela.
Así.
Hasta que la sabiduría.
Llegue a ti.J.L. Mejía
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