domingo, 6 de enero de 2013

Dejé de escribir un tiempo.

Una reflexión, atada a la poca lucidez y ánimos para escribir en estos últimos tiempos. Algunos pensarán que alguien que se hace llamar Escritor debe estar como larva carcomiendo lentamente sus ideas hasta fundirlas y dejar en polvo el cerebro.  
Me he dedicado a leer y sobre todo a seguir viviendo como parte de la vida, valiendo a la redundancia de las palabras, vivir es un proceso complejo que requiere mucha energía y dejarse llevar por las circunstancias, éstas dictarán lo que vivirás. He leído en estos últimos meses a diversos escritores y he encontrado que entre más se lee, existen más libros que nunca llegarán a ti. Comencé con Bukowski, Fadanelli y Saramago hace unos años atrás; das cuenta que la monopolización y saturación de sus percepciones puede llegar a ser nocivo, al grado de tornarte es una versión minúscula de ellos. Dejé la lectura por un tiempo, me recluí en los números y las vivencias. En las cotidianidades. De vez en cuando Fante, Cioran o Roth caían en mi bolsillo. Qué tal. Y es que preferí gastar el dinero en algún libro que en otra cosa, siendo una contrariedad esto con lo que hace mucho fui. Yo odiaba la lectura cuando era niño. Nada más hipócrita que mencionar lo contrario. Algunos escritores dirán que desde niños leen y/o escriben. Yo no. Yo odiaba leer, odié leer, no pensé en escribir y mucho menos en querer leer para entender mi mundo. El infierno está en ti. Una forma dramática de entender el todo y de darse cuenta de lo mismo. Pero el drama forma parte de lo cotidiano al igual que la felicidad. Sólo que el drama está satanizado, es una palabra zalamera, una palabreja baja, tan baja que la gente la odia. Es mejor que te digan feliz a dramático. No hay equidad en las palabras, la balanza se inclina siempre más por una que por la otra. Auster, Jordi Sierra i Fabra y Fernando Vallejo pasaron también por mis ojos. Siempre busco los libros menos leídos, los más aburridos para la gente, los más desconocidos. Incluso los que son difíciles de encontrar en cualquier librería famosa. No es que tenga nada en contra de autores famosos, sólo es mi afán de no caer en lo redundante.  Nada más hipócrita que la eliminación de la hipocresía y nada más hipócrita que leer por querer encajar en un mundo de “intelectuales”, “analistas” y “críticos” del todo. Buscando ser mesías de las palabras e ideas correctas. Siempre he pensado que entre más popular es alguien, existen más síntomas de acaparador y manipulador; así es mi concepción de eso. Por eso evito a los grupos tradicionales de “pensadores” o las charlas con duelos de palabras en busca de ser el mejor en quién piensa qué. No me interesa. No me interesa pensar para quedar bien o ser admirado. La fama está bien para los que la buscan con desesperación, para aquellos que a sabiendas de sus limitaciones emocionales buscan el reconocimiento y la glotonería de sus egos. Yo odiaba la lectura y ahora no la amo, sólo la acepto como el canal que es. Leo por gusto pero no por necesidad. No me pongo metas vagas de leer una veintena de libros al año para mejorar mi marca. Eso no sirve. Para qué leer cuarenta libros si ninguno te creará inquietudes ni reflexiones. No entender lo que se lee, leer basura, leer libros más malos que la televisión. Prefiero con abundancia un libro cada cierto tiempo, pero éste cambiará las cosas con certeza. Eso la gente no lo entiende. Qué leer, de quién o cómo; ahí se encuentra el desasosiego. Dejé de escribir un tiempo porque como alguna vez Saramago ha dicho: “Quizá no tenía nada que decir”. Hice un par de aforismos y alguna reflexión. Olvidé la métrica, olvidé el ritmo, olvidé todo. Sólo me dejo llevar a ver qué pasa. No sé, tal vez mañana haré otra cosa. En lo que el mundo sigue haciendo famosos a los más famosos, ricos a los más ricos y estúpidos a los más estúpidos. Por cierto, nunca he leído a Jorge Volpi, no se me antoja.


J.L. Mejía. 

1 comentario:

  1. Jorge, amigo, en verdad admiro lo que leo, admiro lo que haces, comparto mucho tus ideas.

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