sábado, 12 de mayo de 2012

¿Dónde están los billetes?


Están allí; apilados en grandes montañas verdes, rojas y azules. ¿De qué nos sirven ahora éstos? No hay bienes para adquirir. No hay nada para comprar.
No hay nada ya. ¿Dónde están los billetes? Preguntaba un niño, respondía un viejo: “Están apilados todos, están allí, no son más que papeles sin valor intrínseco”. El dinero es una mercancía, una mercancía con valores diversos: de lo que está hecho, lo que el mercado dice y el soporte que trae. ¿Un papel qué vale? ¿Cuánto cuesta un billete de los que están ahí apilados? ¡¿Dónde mierdas están los billetes?! ¡Carajo, están allí apilados sin valor! Lamento tanto que sus estudios como analista de algo que ya no vale tenga que existir. ¿Ahora de qué va a vivir? No sé, no sé… Toda una vida le dediqué a esto, ¿sabe? Y ahora… bueno, no tengo nada más qué hacer. Mi profesión se ha depreciado de un momento al otro sin más ni más, ahora sólo me queda mi cuerpo y mi cabeza para esperar la muerte. ¿Dónde están los billetes? Bueno, están allí apilados como un montón de papeles sin valor: no se pueden comer, no se pueden cimentar para tener una vivienda y después quitar una especie de pared o algo para cocinarla y vivir, están allí apilados esperando a la lluvia para hacerlos una gran pasta de colores; será un espectáculo lindo ver un río pastoso de colores como el arcoíris, es lo único que me queda por ver. ¿Sabe? Hice todo tipo de hipótesis, siempre me dediqué a analizar el dinero, siempre: volatilidades, gráficos, valor del dinero en el tiempo, tasas de retorno, rentabilidades y varianzas. ¿Para qué? Bueno, ahora para ver cómo está todo allí apilado sin valor, no hay más. Luego trajeron las monedas; brillantes sin valor. Unas más viejas que otras, unas más brillosas que otras, unas con la fecha de su acuñación, otras ya con éstas borradas por el paso de manos y sudores: la mano del empleado, la mano del pobre, la mano del niño. Las traen en bolsas grandes, son pesadas. ¿De qué sirven ahora? No sé, yo sólo soy un analista del dinero, nunca lo hice en forma, sólo analicé la nada. Me dediqué a pensar en el cómo, en los porqués, en las farsas. Siempre trabajé con la información dura, siempre con las especulaciones, supuestos y promedios; jamás analicé una moneda, no sé ni de quién es la cara del hombrecillo que aparece en ella bajo un escudo con armas y águilas. Trajeron los plásticos; varios y varios. Todos con números, todos con bandas y firmas. Los comenzaron a vaciar. ¿Qué valen esos plásticos planos? Nada, nada ya. Valían la información que tenían, valían la conexión con las máquinas para sus supuestos en el canje de la mercancía. ¿Un plástico de estos valía más que un ser viviente? Eso fue en el pasado, ahora vale más un pedazo de mierda que esas cosas, ahora la mierda tiene plusvalía. ¡Compra! ¡Compra! ¡Vende! ¡Vende! Ya no existe eso, ya no existen los bonos ni las acciones, ya no existe el costo del capital, tampoco existen los fondos de inversión, no existen ya. Sus fantasmas están apilados allí con los billetes, están aplastando a las monedas con su culo invisible. No existen los favores políticos, no existen los favores sexuales, no existen los tráficos de influencias, no existen pues todos están apilados allí con los billetes. Esperando a la lluvia, esperando a la lluvia ácida para hacerle corrosión a las monedas, para matar a los fantasmas de la bolsa. ¿Desea sopa de moneda? Ya sólo quedan monedas y billetes para comer. Un poco de agua para acompañar, agua escasa que queda. No, sopa de moneda no. Paso a ese tipo de menesteres, preferiría ser de los que se hicieron caníbales o los que transgreden la naturaleza yantando sus propias salidas para convertirlas de nuevo en entradas. ¿Sopa de billetes quizá? No, la de moneda difícil de pasar, difícil de sacar; mucho menos para mí, que toda la vida analicé esas cosas. La de billetes me da asco: ese tono que toma el caldo, además es muy aguada, muy insípida y muy de billetes; mejor paso. ¿Qué comerá entonces? No sé… quizá coma plantas, un ser humano o a mí mismo. No sé, quizá el tiempo me vuelva loco y termine comiéndome a la especulación. ¿Qué quiere que le diga? No sé qué comer, no tengo poder de compra. Todo ese embuste de la seguridad por la mercancía ahora comible me enferma, me causa un empalago congénito. ¿Dónde están los billetes? Los están haciendo sopa, están pasando por los intestinos de algunos. Yo evitos esos alimentos: billetes, monedad y tarjetas. Prefiero comer la nada, pues muchos vivían de eso. De la nada: de la información invisible, de la mentira, del dinero invisible. Prefiero eso, a ver qué tanto me deja vivir. ¿Dónde están los billetes? Están haciéndolos una pasta colorida. Ya no sirven para manipular, ya no sirven para comprar armas y venderlas, no sirven para estar atado a un trabajo hastiado por años esperando una jubilación, ya no están allí para comprar el sexo, para comprar el lujo, para “vivir bien” según decían. No tienen soporte, no tienen valor y no tienen nada. Están allí esperando la nada, sí, como uno. 

J.L. Mejía

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