martes, 21 de febrero de 2012

Dios y Rey con mayúsculas; diablo y siervo con minúsculas.

Ya lo dijo Fernando Vallejo: Dios no hizo nada: nosotros lo hicimos a Él, lo inventamos por cobardes, por temor al rayo”. Y es que hay un arranque básico en el hombre: creer. El ser humano es un animal movido por el ego pero apagado por sus temores.
Es un timorato  al que le gusta el servilismo aunque le cueste demasiado. Con la venida de conceptos divinos como el cielo y el infierno hace siglos el humano se condenó a sí mismo a una cadena de sumisión y falacias. Quizá algún sujeto en su arranque de ebriedad o locura decidió instaurar la teoría de la creación divina como el origen del todo; con todas sus debidas contradicciones. Me atrevo a decir con no temor a equivocarme que la mayor parte de las personas creyentes ni siquiera saben en lo que creen, y los que por miedo creen a conveniencia de escenarios y circunstancias menos. Sólo repiten discursos e ideas vomitadas, recicladas por generaciones continuas, haciendo apología a la costumbre. Es más sencillo hacer como que creo y no condenarme al castigo eterno, infundado por el miedo; esa sería mi conclusión sobre la finalidad con la que se mueven estos personajes. Nunca me han agradado los poderosos y mucho menos los que se sirven de la zalamería; por qué tendría yo que creer en un “Rey de Reyes” me pregunté hace tiempo. Todo comenzó cuando de niño cursaba el catecismo; la mujer encargada de éste nos hizo dibujar en una hoja a todos los niños una forma de nuestros corazones, con color negro y escribir que estábamos llenos de oscuridad y maldad por no tener aún el sacramento de la primera comunión; por ende no tener a Dios. En aquellos tiempos era evidente que no comprendía ni una rosca sobre el color y el dibujo del corazón negro, mucho menos la idea que nos hacían entender a la fuerza. Sin embargo, reflexionado me doy cuenta de la necedad de aquella mujer, aunque la menos culpable era ella. Una víctima más de la homilía cargada de ideas erróneas sobre la maldad. Qué maldad y oscuridad puede tener una persona que no sabe ni qué hace en aquel sitio. Corazón negro, corazones azules y corazones rojos. Qué mentes tan obtusas. Besarle el anillo al arzobispo, pedir el perdón perpetuo y siempre pensar: por mi culpa, por mi grande culpa. Así les muestran el camino, repleto de peripecias invisibles dadas por alguno hace mucho tiempo atrás. Preferí no creer, pero no creer bien fundado. Dios se escribe con mayúscula igual que Rey. ¿Existirá un Dios Rey? No sé, prefiero un diablo siervo. Al menos, este último no es un pedante. Es un martirizado accidentado. La historia colocó al diablo como el pérfido. La ortografía lo colocó como el subalterno, hay que temerle y por ende le castigaremos escribiéndolo en minúscula. En cambio: Príncipe, República, Estado, Gobierno, Senador y Diputado tienen su título nobiliario bien dado por su primera letra. ¿Cuántos diablos Diputados hay? No sé, quizá muchos. Pero son respetados y hasta admirados. ¿Existirá algún siervo Dios? ¿Dios diablo? Quizá. ¿En qué momento el rayo se transformó en un todopoderoso? El rayo ahora es adorado. Se mata, reza, jura y adula en su nombre. ¿Qué pensará el rayo sobre los libros escritos en su honor? Los mismos que mueven el andar del hombre. Preferí no tener un Rey, tampoco ser un siervo. No creer en Dios ni en diablo; así me quité muchos problemas. 


J.L. Mejía

1 comentario:

  1. Parece más fácil al final, aunque en realidad para llegar a ese final hay que pasar por varios/muchos raspones.

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