domingo, 4 de marzo de 2012

Un planeta llamado Absurdo

Hace mucho, mucho tiempo en alguna galaxia lejana existía un planeta llamado “Absurdo”, éste era similar a muchos otros: poseía vida y condiciones óptimas para la misma. Era habitado por una raza de individuos llamados “Falsarios”.
Los falsarios fueron los primeros seres en habitar el planeta Absurdo; al menos así lo creían ellos y lo revelaban sus teorías pancistas. La historia no registrada demostraría lo contrario: los falsarios no fueron los primeros seres vivos en habitar el Absurdo. Pasando a cosas más relevantes; la historia de estos personajes es interesante pues comenzaron siendo seres no pensantes. En sus inicios solamente vivían para sobrevivir a las peripecias y el día a día del planeta. Matar a otros seres para saciar el dolor abdominal. Inadmisible pensar que todo lo que entraba por la boca de los falsarios terminaría en forma de porquería. Sinrazón era el ciclo de la vida de este planeta. Lo que un día era la nada, al otro sería vivo, luego sería mierda, pasado más tiempo polvo en el viento; finalizaría siendo la nada otra vez. Los falsarios se movían en dos patas siempre lastimándose las plantas de los pies, pasando fríos y lluvias, calores y dolores. Incoherente pensar que los falsarios quisieran imponer sus propias reglas: qué creer, qué pensar, qué hacer. Lo escribieron en la roca más gruesa del monte más alto. Generación tras generación repetían sus tres reglas. Una vez que dejaron de rondar por todo el planeta; lograrían asentarse. El monte sería su referencia, creando formas para comunicarse entre ellos. Empezaron a ser pequeños creadores. Pequeñas providencias. Adorando a la roca. Bailándole y diciéndole: “¡Qué creer! ¡Qué pensar! ¡Qué hacer!”. Cierto día alguno de ellos descubrió un líquido para ver el todo más boyante. Un líquido que al beberlo pasaba por sus cuerpos esperando el destino tonto de hacerse porquería, no sin antes hacerlos sentir felices. Lo bebían y bebían, eran felices. Le cantaban a la roca y bailaban. Un día después de beber tanto aquel fluido, los falsarios descubrían que se sentían mal. Sus cuerpos respondían de forma errónea, se sentían pesados y cansados; sin fuerzas. Como si cargaran la roca del qué creer, qué pensar y qué hacer. No importando la situación anterior, seguían bebiendo. El malestar era algo eventual. Cuando se cumplió el primer año de la roca decidieron hacer una fiesta más grande, más pomposa. Lograron reunir a otros grupos de falsarios. Beber y beber, bailar y bailar. Pasados varios días de fiesta se comenzaron a pelear entre ellos. Algunos falsarios eran de color rojo, mientras otros eran de color verde, otros más de color amarillo. Los últimos se quejaban al no saber el porqué la roca no era próxima a su color, exponiendo su descontento con el qué creer, qué pensar y qué hacer. Hubo una lucha en la cual muchos falsarios perdieron la vida. Dentro del ciclo de vida del planeta Absurdo estos falsarios muertos no serían mierda. Pasarían directo a ser polvo en el viento. Los falsarios amarillos crearon su propia “roca”, hallaron un árbol grande. Lo moldearon más o menos a conveniencia, tallaron en él sus nuevas reglas: cómo creer, cómo pensar, cómo hacer. Los falsarios rojos no quisieron quedarse atrás y dentro de su disidencia crearon su propio “árbol”, un gran trozo de hierba con tierra en la cual lograron después de escarbar y mover el lodo colocar sus propias reglas: cuándo creer, cuándo pensar, cuándo hacer. El planeta Absurdo vivió así momentos tensos, se peleaban entre ellos, aun siendo de la misma raza. Se decían e increpaban. Comenzaron a matarse y monopolizar. El líquido embriagante les servía como escape a sus infiernos y miedos. Crearon oficios para atacarse entre ellos: soldados, políticos mediadores de conflictos, entre otros. Su “raciocinio” avanzó más, al grado en que lograron ser más creadores: armas, alimentos modificados, implantes y más. Competían entre ellos, para ver quién era el mejor, qué color era el mejor, qué límite era el mejor. Los falsarios tenían un punto más débil: poseían un placer entre sus piernas al contacto con otro ser. Este gozo los poseía al grado incluso de ignorar sus propias reglas. Descabellado pensar que el origen estuviera a unos centímetros del final. Se poseían unos a los otros, al principio sólo por darse. Luego que la roca, el árbol y la hierba con lodo resultaron con mayores interpretaciones; ramificaciones de las mismas. Se creo la palabrería, se creo el discurso y el movimiento de las ideas. Se peleó más territorio, se atacó, el amarillo violó a la verde con el placer monopolizador de su cuerpo y el rojo violó a la amarilla. Llegaron nuevos colores, ahora había azules, había anaranjados. Comenzaron a crearse miedos infundados hacia los nuevos colores. Se crearon más rocas, más árboles, más hierbas con lodo. Más cómo, más qué, más cuándo. Siempre más y más. Los falsarios ahora vivían con límites territoriales, siempre cuidando a los de su propio color. Los colores ajenos rondaban por tierras desconocidas buscando la vivienda perdida, la tierra que los había olvidado en el rincón más oscuro. Los líderes falsarios les creaban ideas a los nuevos falsarios; además de instauras las tres reglas les mencionaban que el enemigo debía ser el del color distinto. Se crearon grandes ejércitos y muchas armas. Todo hacía suponer que se avecinaba una guerra en el Absurdo. Así fue, al poco tiempo y después de tensas pláticas entre sus líderes comenzaron a atacarse. El objetivo principal era destruir a la roca, al árbol y a la tierra con lodo. Muchos falsarios perdieron la vida, hubo mezcla de color en los campos de batalla. Al final lograron su objetivo: destruirse. No quedó nada en el Absurdo, sólo quedó el olor del paso de aquella raza necia. Una más en la historia. Nadie lo sabría quizá. 

J.L. Mejía

3 comentarios:

  1. Lo empecé a leer, me agradó, mañana me reúno otra vez contigo, buenas noches...* Mujer *

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  2. Ya lo concluí, me gustó.....=)

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  3. Un petardo maximo, infumable vaya

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