sábado, 27 de agosto de 2011

El viejo que jugó contra la muerte

Viejo y solo, había quedado después de una vida peleada; la vida que lo había dejado así.  Cuando joven; él la veía, la deseaba, la sentía con sólo oler su aroma recorriendo el campo de flores. Podía más el miedo al, que el deseo al. Cuando la admiraba, súbitamente se presentó la muerte, la misma que cuando pequeño la saboreaba en forma de chocolate y azúcar, la misma de la que muchos se reían ahora se reía de él. 
Ésta le dijo –Tengo planeado llevarla conmigo y ni todos tus santos podrán evitarlo, vengo contigo pues sé el sentimiento en tu interior, quiero jugar por ella -. Era sencillo, la cínica venía a jugar; seguro estaba aburrida de quitar vidas en forma tan burda que ahora decidía poner en jaque el destino del viejo que en aquel momento era joven. La muerte le daba las opciones –Si ganas, la dejo vivir. Si pierdes se va. Si no juegas se va-; era sencillo, no existían más vidas para el juego. Así pues, él aceptó. Había aceptado el reto de la cínica, ésa que olía a inciensos con mezcla de un algo fuerte difícil de describir, era el percibir un aroma nuevo que lo marcaría para toda la vida. En medio de aquel campo, donde ella –Su amada en secreto- cortaba rosas a lo lejos, él se jugaba su destino. La muerte sacaba una bajara española y le explicó – Debes elegir tres cartas, si sale cualquier carta con la imagen de –Oros- se irá conmigo-. La cínica le explicó -La carta de oros hace referencia a las monedas que necesitará tu amada para pagar la cuota que Caronte cobra por el cruce del río Aqueronte-. Comenzando el juego, él nunca había tenido lo que llamaban suerte, ésa que hace ricos a unos cuantos de un día al otro, ahora le jugaba un filo peligroso. Tomó la primera carta con tensión en los dedos, sentiría que los dedos se quebrarían por toda la energía depositada en ellos, sentiría como empujaban los dientes, se cerraba el ano y los pies se acalambraban. La muerte sólo ansiosa, esperaba y sonreía, jugaba su juego, el de las marrullerías. Lo colocaba en posición nerviosa, le recordaba el destino de su amada en secreto. La primera carta era un –Siete de Espadas-. Él sólo sentía que un pedazo de algo se caía del lomo, era la alusión del primer espadazo directo a la cínica. La muerte lo invitaba a sacar la segunda y así lo hacía. Movía las cartas jugando su juego, encorvada y sonriente pensaba en la forma de –morirla-, sí –morirla-, pues matarla no. Ella sólo se encargaría de que ciertas circunstancias la mataran y finalmente ella concluiría el trabajo. Sintiendo la presión al triple, pareciera que el siete de espadas se empuñaba en la espalda, él sacaba la segunda carta –As de Copas-. Sentía como otro pedazo de algo lo dejaba, se sentía más liviano, la observaba y sabía que de salvar su vida ahora lucharía por ella. El as de copas, pensaba que sería mejor servir buen vino en la misma y embriagar a la muerte, beber con ella como lo dictaba la cultura en cierta fecha, cantarle, reír e igual y terminar siendo amigos. La muerte, la cínica; le daba a elegir la última carta. Así la tomaría, por debajo se vería un –Cinco de Bastos-, sin embargo además de cínica era tramposa y cambiándola, la convertía en un –Dos de Oros-. Las dos monedas que necesitaría pagar por cruzar. Él, observaba el peor momento de la vida, la otra reía. Bien dicen que –La alegría de uno, es la desdicha de otro-. Pero la cínica no podía sentir, lo peor era ponerla en posición de –Sentir-, pues sólo era un algo, un esqueleto. Así, la cínica pensaba en cómo llevarla consigo, pero él en su desesperación le proponía un trato a lo que ella atenta escuchaba –Compra algo de mí a cambio de su vida-; entonces la misma contestó –No me interesa nada más que su vida-. Él prosiguió con desesperación, ésa que lo hace sentir a uno como un perro pidiendo comida. Ante la insistencia, la cínica le preguntó -¿Qué propones?-. Él propuso su soledad de por vida; nunca ser amado por su amada en secreto. La muerte, no aceptaba. Necesita verlo sufrir más en un acto de desesperación. Entonces, él propuso su soledad y además que ella amara a alguien más para toda la vida. La cínica aceptaba, armaba todo para que el destino fuera así y le decía gustosa –Te espero en mucho tiempo-. Ella salvada, sin saber que él existía. Pasó el tiempo, el viejo ahora viejo esperaba en su soledad el cruce de nuevo con la muerte para volver a jugar, ahora de visitante.

Jorge Mejía

1 comentario: