martes, 16 de agosto de 2011

Crónica de un soborno cualquiera

Recorría una avenida principal con su pequeño automóvil modelo 90’. Todo anunciaba un camino igual a los anteriores, se dirigía de casa a su trabajo sin mayor contratiempo.  Su pequeño automóvil lo compró en un viejo lote de autos usados en remate; después de tanto ahorrar y trabajar al fin se liberaba del transporte público, de esos apretones, olores raros y robos de vez en cuando. Su automóvil un modelo de esos que mandó hacer Hitler, el color era en algunas partes verde, en otras roja, en otras mezcla de colores, le faltaba un foco por lo que era complicado manejarlo de noche.
Manejaba, no había radio por lo que él mismo tarareaba las canciones, ésas de desamor que todavía le calan cuando la recuerda. Todo va bien, no maneja tan rápido ni tan rebuscado; nota la luz roja por lo que decide inconscientemente frenar sin embargo percibe que poco a poco se acerca más y más al camión público que tiene adelante, mete el pie al freno pero nada, se acerca, mete el pie, nada, pie, no, freno de mano y se escucha como chilla el pavimento a la fricción; demasiado tarde.
Ha sido un impacto leve, si su automóvil hablara le diría –Mi cuerpo ha pasado por peores cosas que esto-, el chofer del camión se baja, observan la escena mientras piensa qué hacer. Una lluvia de ideas intensas pasan por su cabeza, aparece lo que en alguna serie animada cuando niño observó que ocurría, el diablito y angelito. Su conciencia, uno te dice que debes hacer el bien y otro mal; sólo reacciona como siempre lo hace, sin ser infiel a él mismo –Qué es esa tontería del angelito y del diablito- piensa, el angelito me diría –Debes ser responsable de tus actos- y el diablito me diría –Vete-, pero; -Mi auto no es tan veloz como para huir y no necesito que un angelito me diga que debo ser responsable- piensa otra vez, sólo trabaja en lo que él considera es lo correcto para no joder al contrario o cuando menos suavizar la jodidez si ya lo ha hecho por error.
Se baja del automóvil y una avalancha de miradas lo desnuda, lo viola, lo ultraja; ésas miradas que tiran la piedra sin importar si han pecado un millón de veces. Todos le observan, seguro emiten juicios –Éste viene borracho-, -Seguro por querer manejar como loco-, -Sí, yo he visto y la culpa ha sido de él-, algunos otros ya tendrán algo que contar a su mujer en la noche o a sus compañeros de trabajo, pues la señora rutina es tan rutina que se busca algo diferente en el día para sentir que uno vive. Le comenta al chofer del camión que ha sido su culpa, que lamenta lo sucedido y se hará responsable; no sabe qué hacer pues nunca había vivido una situación así, sólo recibe palabras del chofer como -¡No mames!, -¡Ya me jodiste el día de trabajo!-, -¿En qué venías pensando?-, -¡Chale!-.
Se orillan en algún sitio donde no causen tránsito, él intenta recordar los consejos de papá ante situaciones similares –Tienes que llamar al seguro de tu automóvil-, -Evita a los policías de tránsito-, -Intenta dar dinero al otro para irte rápido-; recuerda que no tiene seguro, observa venir al policía de tránsito y recuerda que sólo tiene cincuenta pesos en cartera.
Una vez que el respetable miembro y representante de la ley de tránsito arriba al sitio del siniestro él sentirá un alivio pues pensará que es un digno representante en la impartición de justicia vial aunque con barriga prominente, él argumentará lo sucedido y por sentido común existirá empatía por parte del oficial y los miembros del camión, llegarán a algún acuerdo con la respectiva multa para él por ser el responsable y todo estará bien, arribará a su empleo, hará lo mismo y volverá a casa por la noche como si nada hubiera sucedido.
Se acerca el oficial y le pregunta -¿Está usted bien?-, él afirma con la cabeza y continúa –Señor oficial, estoy bien. Ha sido mi culpa y acepto la responsabilidad, estoy muy avergonzado con el señor del camión, pero el pedal del freno no ha respondido-. El oficial solamente calla por cinco segundos y dice, -Denme sus papeles y a continuación iremos al juzgado-.
Él piensa –Bueno, seguro no es nada grave; nadie ha salido herido, es un pequeño golpe y ya. Seguramente sólo nos ha traído para levantar un informe de rutina o algo así-. Lo que no sabe es que ahora se encuentra ya en una telaraña tejida por esos cerdos corruptos. A continuación esperan afuera del juzgado, aparcados en una calle lateral tanto el chofer del camión como él, cada uno pensando en el dinero perdido del día; ése que posiblemente les hubiera servido para algo más; en el caso del chofer para comprarle algún lujito a su amante, en el caso de él para poder ahorrarlo.
Pasan las horas, sus papeles los tiene el oficial; pasa una, dos, tres horas y nada…. De la nada se acerca un señor de chaqueta azul y le dice –Oiga joven, ¿Ya tiene su turno?- a lo que él piensa -¿De qué mierda me habla?-, -¿Cuál turno?- replica; -Sí joven, su turno para pasar con el oficial y le devuelvan sus papeles- sigue;–No, yo sólo espero que nos regresen los papeles y me voy- menciona él; -No, para pasar con el oficial y que se los devuelva tiene que tener turno de lo contrario estará aquí todo el día y noche- completó el señor; -Bien, deme un turno- contestó él; -Perfecto, son cincuenta pesos- concluyó el señor. En ese momento comenzó la mierda.
Después arribó el franelero, le comentó que por usar ese sitio de aparcar son diez pesos la hora, aunque la calle es libre pero es su territorio. A la par, llegaba el oficial y le preguntaba al joven -¿Ya tiene su turno?-. Describir el sentimiento que tiene él para ese momento está de sobra. Una vez que mostró su turno, el oficial le comentó dos escenarios. –Con lenguaje coloquial y vulgar-. –Mira mijo pa que no la armes de a pedo y la mamada, tengo dos opciones pa ti y tiene que ser en caliente y de cabrones, si no vas a querer ps tonses yo decido y te chingo- (Traducción: 2 escenarios y no ocasiones problemas). -Digno representante de la justicia-.
El primer escenario consistía en que le levantarían una multa de mil pesos, su automóvil sería remitido a un lote, y sólo podría ir el día lunes de 10:00 a.m. a 10:30 a.m. a pagar la multa pues era el horario de oficina de los burócratas, además tendría que pagar el uso de suelo del lote por día, pagar otra multa por daños a terceros, otra multa por obstrucción vial más una compensación de honorarios al oficial por llamar una grúa que no se usó, pero la llamó.
El segundo escenario era más sencillo, consistía en pagar la multa ahí mismo y sus papeles serían devueltos sin más ni más; así de fácil es el mundo para los representantes de la justicia vial. ¿Cuál era la diferencia?, era un dinero por debajo del agua que el fiel agente del estado se embolsaría en sus arcas sin remordimientos, brindando el segundo escenario como opción viable y no tan llena de trabas. –Esto le sucedia a la par al chofer del camión, aunque no había sido su culpa, no importaba era una presa más-.
Él, sólo pensaba en los dos escenarios, los cuales no le brindaban mucho. Él primero el dinero que no tenía, el segundo el remordimiento de caer en la maraña de porquería orquestada por el cerdo y sus cómplices.
El oficial –cerdo- le comentó –Si no tiene dinero, acuda a una sucursal bancaria y puede sacar dinero del mismo, sobre la avenida hay varias-. El cinismo era tal, que era preferible que un ladrón te encañonara con una pistola y te quitara los cincuenta pesos que le habías dado al señor del turno, el mismo que ya no lo volviste a ver. Al menos, podías decir que el ladrón te amenazó y todos comprenderían, sin embargo el cerdo te timaba, te jugaba un juego sucio y además era un oficial de policía. Daba igual.
Finalmente, pensó las cosas. Sabía que todos se burlarían de él; pero no estaba dispuesto a caer en el juego de aquel puerco. – ¿Oficial de policía?- pensó; -No puede correr, no tiene autoridad, huele mal, es obeso y además corrupto-. Él pecó de no tener un contacto que lo sacara de la situación, también para eso se deber saber ser escurridizo con las personas; sí, algún tío con influencias, algún amigo con influencias; nada.
El chofer del camión pagó su multa disfrazada y se fue maldiciendo la maraña de porquería de la cual había sido cómplice de seguirla alimentando. En cambio, él, el joven. Decidió no pagar la multa entre comillas, pensó que debía darle un mensaje al cerdo aunque fuese el primero. Daba igual, el cerdo seguiría comiendo dinero y porquería –Dentro de la crónica el oficial se convirtió en cerdo-.
Ahora él viaja en camión, su auto se pudre lentamente en el depósito con una multa impagable por uso de suelo diario. Pero está tranquilo, hizo lo correcto siendo fiel a él mismo, no engordó al cerdo. Empieza de cero otra vez.

Jorge Mejía

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