domingo, 18 de diciembre de 2011

Timoteo, el niño más grande

Esta es la pequeña historia de un minúsculo personaje, su nombre: Timoteo. Desde pequeño fue el más bajito en el colegio. Su padre lo llevaba al colegio en su pequeño automóvil manual, le daba su bendición y le decía: “Te quiero hijo”.
Esto mientras le entregaba su bolso con los libros y su otro bolso con su comida. Portaba unos pantalones grises con raspones a la altura de las rodillas, tantas caídas durante los juegos, tantas fricciones con el chapopote duro por llegar primero a decir: “Un, dos, tres por…”. La vida es así, bien sencilla, bien desinteresada para Timoteo. Le quedaban un poco grandes, muy bombachos como payasito de crucero, no había más pequeños pues Timoteo tenía rompecabezas y éste era que él, era pequeño. El más pequeño del grupo, cuando había formación era el primero en la fila, si Timoteo no acudía a la escuela ya todos se percataban; en cambio si fuera otro posiblemente nadie o no muchos lo notarían. Era pequeño, el más pequeño y esto combinado con una gran sonrisa que hacían entrever unos enormes dientes de leche que tarde que temprano caerían. Pequeño pero siempre afable, sus compañeros lo apreciaban, siempre lo anhelaban cuando por alguna u otra razón no acudía a los juegos diarios: Escondidas, la cuerda, carrusel o patear alguna botella. Se cuestionaban con la vacilación infantil, tan noble, tan desinteresada: “¿Dónde está Timoteo? ¿Maestra, por qué no vino Timoteo? A lo que eran interrogantes comunes. Timoteo se ausentaba constantemente puesto que debía acudir al médico constantemente; terapias para crecimiento, era tan pero tan pequeño. Los médicos daban sus diagnósticos, le recetaban ciertas cosas y sus padres se las daban a señuelos: “Si tomas esto, serás fuerte como un superhéroe”. A lo que él, sin argüir lo hacía, bebía y bebía. Siempre que lo hacía se sentía el niño más recio, por lo que en los juegos se entregaba abarrotadamente hasta caer por el cansancio. Timoteo el grande, así le decían sus papás después de beber los mejunjes. Sabían algo mal, de esos sabores a laboratorio con plástico y textura gelatinosa, pero sabía que sólo los valerosos bebían para ser más grandes y enteros. Cierto día, tan temprano como siempre. Su papá lo dejaba a la puerta del colegio, le daba un beso en la frente y le decía el tan acostumbrado: “Te quiero”, éste que si falta uno se siente raro. Timoteo iba a formación como siempre, a sabiendas de ser el más pequeño. Sin embargo, como sorpresa tanto sus compañeros y maestra le dejaron ser el último por primera vez, justo detrás de la garrocha, el polo equidistante de Timoteo que al igual que él, si éste se ausentaba todos lo notaban, ahora estaba justo detrás del compañero más talludo, era una escena tan blanda. El compañero más espigado y después Timoteo, que con una sonrisa de leche le decía: “¡Oye, deberías beber de mi pócima secreta, mi papá me la da todos los días y ahora soy el más grande!”. Así era la vida de Timoteo, simple.

J.L. Mejía.

1 comentario:

  1. Me encantó la vida de Timoteo...ah! También tu vida me gusta, Escritor Financiero. Saludos cordiales...* Mujer *

    ResponderEliminar