lunes, 22 de agosto de 2011

Pepe y la entrevista laboral


Importante empresa del sector solicita recién egresados de las carreras en Administración, Finanzas, Actuaría, Economía o afín. (Sólo esas carreras, inútil postularse si no es así).

-Puesto solicitado: Promotor de servicios financieros
-Experiencia: Mínimo de un año en el sector financiero, experiencia como promotor de productos financieros, prospección de clientes y que cuente con cartera de clientes (Preferentemente).
-Competencias: Actitud proactiva, capacidad de análisis, tolerancia a la frustración, capacidad de adaptación, facilidad de palabra, dominio de inglés y al menos otra lengua extranjera.
-Conocimientos: Excel -100%-; (Tablas dinámicas, macros, filtros), SQL -100%-, Access -100%-. De preferencia conocimiento y certificación en algún ERP –SAP-, -Oracle-. (Se tomará como plus).
-Actividades a realizar: Prospección de cartera potencial, análisis de información financiera, realizar informes a corporativo, realizar presentaciones al cliente.
-Horario de trabajo: lunes a sábado de 8:00 a.m. a 6:00 p.m. con media hora de comida.
-Sueldo tentativo: $6,000 pesos mensuales (Pago por honorarios profesionales). -$486.50 Dólares-
-Nota: De preferencia alumnos que hayan estudiado un semestre o más en el extranjero. Sólo se tomarán en cuenta universidades privadas.

Leía Pepe el anuncio en la pantalla de la PC; había salido de la Universidad, era un hombre de bien para la sociedad o al menos lo sería. Su padre le presionaba para trabajar pues, ya no sería un mantenido más. El señor orgulloso le guió por el camino del bien, había cumplido su cometido con él, fomentarle la escuela y egresarlo, aunque no haya puesto ni un centavo. Pepe había obtenido una beca en una Universidad no tan reconocida pero privada. Buscaba empleo pero no había tenido suerte, estudió –Economía-, entendía bien eso del PIB, balanza comercial, estados financieros y los números. Odiaba un poco a su padre; Pepe deseaba ser otra cosa pero su padre alegaba -¡Eso es para muertos de hambre!, -¡Esas son pendejadas!-, -¡En la vida nadie gana dinero pensando tonterías!.
Su padre era algo así como uno de esos señores que todo lo sabe; que si el automóvil se rompe él sabe cómo repararlo ante toda la familia –Sabelotodo-. Que si las noticias decían algo, él tendría la opinión perfecta respecto al tema. Que si compraban algo él sabía la maraña para  bajar el precio. Que si el mundo se iba a acabar, seguramente él sabría qué hacer.
Pepe no se preocupaba mucho, tenía el conocimiento pero no sentía afinidad con ese mundo planteado, la opción de vida que le había presentado la mezcla del señor destino y sus decisiones no era atractiva. Aplicó para la vacante y fue llamado.
Arribó al sitio de la –Importante empresa del sector-, unas gracias inevitables por ser considerado. Ese día se puso el único traje que tenía, el de oferta de dos por uno que le dio su padre el día que compró un traje barato. Tenía un color café chillón, una corbata del mismo color y una camisa de su padre, como tres tallas más grande que simulaba una barriga que no tenía. Había como otros diez candidatos esperando, todos luchando por un puesto; algo así como un ruedo de candidatos donde el mejor luchador, el vencedor se levantaría con la gloria de obtener el empleo. Cuando arribó Pepe, todos lo observaron con recelo, pensarían –Soy mejor que él-, -¡Otro más, no puede ser!, -Le voy a ganar-; cosas así. Pepe no pensaba en eso, él pensaba que no quería estar allí justo en ese momento.
Todos esperaban, unos sacaban sus aparatos electrónicos y actualizaban su –Estatus- social del momento, otros conversaban sobre sus logros académicos, otros tantos sólo nerviosos observaban. De la nada, llegó un joven era el –Reclutador-; se paraba bien derecho y sin una sola arruga sobre su chaleco de cuadros. Cualquiera pensaría que esa espalda era una tabla. Les daba la bienvenida y les pedía sus –Hojas de vida-. Todas las hojas con colores azules, todas con foto, todas con formato atractivo. La de Pepe, era una hoja de vida impresa por la mañana en un café internet. El reclutador los iría llamando uno por uno a entrevista y la mecánica sería así.
Pasaba uno, luego otro y así; como al matadero. Desfilaban para recibir el visto bueno de un hombrecillo encuadrado. Finalmente el turno de Pepe. El reclutador lo invitaba a tomar asiento y le ofrecía una –Agüita- o un –Cafecito-; muestras de cortesía no gratas para Pepe, a lo que él respondía con un –No, gracias-. Así comenzó la entrevista, el reclutador comenzaría –Bien, te llamas José. Dime José qué sabes de la vacante ofrecida-, a lo que Pepe respondería –Sólo la leí ayer por la noche; es algo de ventas-. El reclutador seguiría –José, debo decirte que has sido seleccionado de entre más de cien candidatos para este proceso, esta es una empresa con mucho potencial de crecimiento y con altas expectativas de crecimiento para el empleado, todos aquí somos muy felices-. Pepe diría –Ah….-. El reclutador continuaría –Bien José, dime si tienes experiencia laboral-. Pepe respondería –No, no tengo experiencia-. El reclutador preguntaría -¿Si viste que era una vacante con experiencia previa?. Pepe asentaría con la cabeza un –Sí-. El reclutador cuestionaría -¿Entonces?-. Pepe sólo diría –Pues, tú me llamaste y por eso estoy aquí-. El reclutador en vano se cuestionaría su error pues, lo había llamado sin observar bien la hoja de vida de Pepe; le había hecho perder el tiempo y perdería su tiempo. Lo correcto sería decirle su error y darle las gracias, lo político sería continuar simulando una farsa para evitar un mal rato; el reclutador seleccionaría la segunda.
Continuando con la farsa, el reclutador le comentaría la vacante, las ventajas de pertenecer a dicho sitio, la expectativa y el plan de crecimiento. Vendería bien la idea, como alguna vez se la vendieron a él.
El reclutador preguntaría –Bien José, dime tres habilidades de José-. La respuesta sería algo así –No sé, creo que soy realista, me gusta la buena música y leer-. El reclutador sorprendido -¿Consideras esas cosas habilidades?-. Pepe afirmaría –Sí-, no necesitaba decir mucho. El reclutador –Bien José, no creo que sean habilidades el ser realista, escuchar música y leer-. Pepe sólo diría –Bueno, ser realista me hace más sencillo en pensamiento y por ende más feliz conmigo mismo y esa habilidad creo que no muchos la tienen, escuchar buena música es como castigar al alma de vez en cuando, la misma que te atormenta con todas las cosas de la vida y bueno la tranquilizo pues es el alimento para ese perro interno, la considero habilidad porque yo veo a muchos atormentados con sus vidas y leer me ha dado una capacidad de reflexión que se alinea con las dos anteriores-. Supuso que el reclutador quería escuchar lo que todos decían –Soy proactivo, me gustan los retos, soy competitivo, bla bla….-. El reclutador sólo diría –Bien, ahora dime tres cosas que son tus áreas de oportunidad-. Pepe diría –Nada, está todo bien-. El reclutador le diría –Todos tenemos cosas por mejorar-. Pepe respondería –Sí, pero no me interesa mejorarlas-. En este punto de la entrevista el reclutador hubiera deseado haber dado un –Gracias, no eres lo que buscamos- desde un inicio. El reclutador continuaría –Bien José, ¿Dominas el inglés y otro idioma extranjero?-. A lo que Pepe contestaría –Sólo inglés-. El reclutador continuaría -¿Manejas paquetería de computación?-. Pepe agregaría –Sí-. Ya no preguntaba qué porcentajes ni tiempos de uso, sólo deseaban que aquello terminara. El reclutador casi a punto de terminar diría –Bien José, la vacante en sí es para prospección en el área comercial-financiera y la parte de interacción con el cliente para relaciones-. José diría – Son ventas-. El reclutador replicaría –Nosotros preferimos llamarle como te mencioné pues no existe como tal una posición de ventas, es mejor llamarle área comercial-. Pepe diría –Ventas al fin-. El reclutador, ya no mencionaría el salario de burla, el horario acordado y el real que sería dos o tres horas más sin que esto se reflejara en el pago, entre otras cosas. Simplemente le diría –Gracias, es todo. Nosotros te llamamos-.
Pepe saldría, se quitaría la corbata. Vería el sol, pensaría en la formación de las nubes. Llegaría a casa y cuando su Padre preguntara cómo le había ido, él diría –Bien, quedaron en llamarme-.

Jorge Mejía

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