viernes, 11 de noviembre de 2011

El don de la embriaguez

Vinieron los dioses a dar la dádiva, la creación etílica al hombre. Éste la tomó como un elemento más: Fuego, agua, aire, tierra y alcohol. Eran los cinco elementos para el día a día del ser. Se tomó el fuego para la preparación del manjar, creación de luz y la guerra.
Se  portó el agua para navegar entre sus densidades, en la salina no bebible se encontró el alimento y los viajes, la dulce era el manantial de vida, ahí encontraron subsistencia y fuerza. El aire se cogió para volar, sentirse aves en un espacio etéreo, compartir el aliento con el otro y sentir su presencia. La tierra se labró y trabajó; sitio para andar y cosechar, correr y admirar los largos montes. Finalmente el último elemento, el alcohol; se preparó, se sorbió, se bebió y se saboreó lentamente. Éste fue tomado por los escritores a lo largo del tiempo para afinar su lucidez, era el don de la embriaguez. El  primer literato lo probó, degustó el aroma y decía –Sabe amargo-, después otro y otro. Sabores varios, el paladar recibía el líquido colorido, el brebaje de los dioses, bajado por ellos y destilado por el hombre. Sentía la lengua, las papilas y hacía una explosión de galaxia en el esófago, bajando lentamente como ácido y dulce. Ardiendo en el estómago, tocando las úlceras y las paredes mucosas. Los poetas y escritores bebían y bebían. Tenían el brío al máximo para el quehacer. El líquido pasó de generación en generación con el avance del hombre y el retraso de la humanidad. Algunos autores decidieron beberlo para no ser, no ser ellos y ser el otro, siempre el otro. Escribir siendo el diverso mientras tomaban su copa del buen vino, así decían –El buen vino-. Siempre escribir y hacer, durante la borrachera se poseía el cuerpo lentamente, una hoja y una copa, dos hojas y media copa más, alguna línea extra con menos delicadeza prosaica pero sí con más apertura de la concepción, de la creación y la aventura. ¡Gracias dioses! Por este elemento decía el escritor briago con la pluma, era lo que necesitaba para darle duro a esa cosa. El alcohol es el espíritu, la sagacidad y el desasosiego. El primero por ser eso que daba el empujón para ser, para estar allí escribiendo siendo su otro, su extensión oculta en la caverna le daba el valor para sacar a la bestia interna, La segunda por golpear el vacío, iluminar el ritmo y escribir, escribir. Finalmente el desasosiego, sin importar el qué dirán o qué opinarán, sólo lo haces por ti, por causar la inquietud, por dañar a los tartufos. Así era la vida del escritor briago, beber y hacer las letras siendo él y luego el otro con penetración y ganas de ansia en su creación. El don de la embriaguez era único pues, podía ser desinteresado, auténtico y desprendido como las almas más puras, las de los niños. Al instante siguiente podía ser como el mayor de los arrepentidos del mundo, tocando el infierno con el llanto, la pesadumbre y la aflicción de los dolores sacados con aquel don, más sencillo era así. Beber y beber, pasar por los espectros de la personalidad, al inicio ser el –Yo-, pasada la primera copa y las primeras líneas escritas se mantenía casi intacto pero sin sofoco, la segunda copa le daba el empujón al barranco, la valentía de tomar un ritmo, la tercera copa mantenía su –Yo- a la mitad, la otra parte ya era el otro ser variable. Bebía y bebía como los ciervos en el lago, mantenía erguida la pluma y las ideas comenzaban a estallar, reventaban en su cabeza y la pulsión afloraba en la mano, salían estampidas en las hojas, le daba duro a esa cosa hasta caer rendido, hacía de eso un duelo contra sus fantasmas, miedos y dolores. El don lo hacía caer al llegar a su máximo, sólo así paró.

J.L. Mejía

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