domingo, 6 de noviembre de 2011

Lesbiana


De niño nunca pensé que estuviera loco, primero cabía la comparación con los personajes de dibujo salientes de la caja imbécil, que en aquel momento era la caja mágica. Lo de la locura no era tan comprensible pues, qué era la locura en el instante de juegos y cosas de críos.

En cierta ocasión en la escuela primaria, unos compañeros y yo jugábamos a cualquier cosa cuando de la nada saltó una nueva palabra al aire, no entendí el significado por lo que repliqué -¿Lesbiana?-. Al instante que iba pasando la maestra, una verdadera pérfida chapada a la enseñanza antigua, de esas señoras frustradas sexualmente que te arrojaban el yeso destinado para escribir sobre la pizarra por hacer algo mal, que si has dicho que dos por dos eran cinco entonces yeso en la cabeza. Sin salirme mucho de la línea en la que escribo, ésta volteó su cabeza y me miró fijamente replicando –Qué has dicho-. A lo que yo con la inocencia en cada gota de saliva y papila escupí de nuevo –Lesbiana-. Lo que me esperó fue un reporte inusual por falta de respeto hacia la frustrada sexualmente. Recuerdo que no sabía muy bien qué era lo que yo había realizado con esa palabra, vamos, ni sabía su significado. En el camino para la dirección pensaba en la gravedad del asunto, había recibido reportes por peleas, por algún acordeón sobre el examen o alguna falta menor, pero por decir –Lesbiana- jamás, qué era lesbiana. Esperé y esperé sentado viéndole las piernas peludas por debajo de las medias color piel a la secretaria de dirección, ésta portaba unos lentes grandes y se colocaba dos o tres capas de maquillaje brilloso, le daba duro a la máquina de escribir con sus uñas mal coloreadas de rojo, seguro si hubiera sido un dibujo de alguna clase la hubiera coloreado de buena forma sin dejar un borde mal o salirme del mismo. Pensé que seguro mi padre me llamaría la atención, se acercaba mi cumpleaños y tal vez ni regalo o el fin del mundo ya se avecinaba con esta falta tan grave, tan grave fue que me aislaron para no tomar clases esperando en la dirección de la escuela. La directora me daba miedo pues parecía quimera, no sé era muy rara, tan rara que olía a perfume viejo, apestaba a su aroma de mujer madura, era flaca en exceso con los pellejos colgando y siempre regañaba por todo a todos. Lo que más me daba miedo era su pierna corta, usaba un zapato con plataforma para poder pisar de manera correcta, cojeaba duro al andar. Incluso hubo una leyenda en la escuela; contaron que en algún grito a cierto niño, la mujer ogro destruyó con sus gritos los vidrios de la dirección, por eso ahora era todo de roca y sólo había una pequeña ventanilla; su olor apestaba su oficina. Qué es lesbiana, será alguna avellana rara, a eso me suena esa palabra. Me sonaba como a chocolate con almendras o algo así, no sé, no sé.  Llegó el momento para pasar al matadero, al infierno, al limbo, a las puertas de la inquisición, que en ese segundo eran las puertas de la dirección.  Me senté viéndola con temor, ella me dijo –Mejía-. Sí, contesté. –Bien, me ha dicho tu maestra que le has faltado al respeto, qué puedes decir a tu favor-. –No sé qué es lesbiana- dije. –Bien, a eso me refiero a tu irrespeto hacia tus mayores y a la autoridad, eres un niño grosero por decir esa palabra a un adulto, a una mujer y ante todo tu maestra- concluyó mientras el ojo le temblaba y se veían sus dientes amarillos, en algún momento me arrojó una burbuja de saliva sobre la cara. Yo sólo sabía que seguro me orinaría en los pantalones por el miedo, qué miedo carajo pensé. La mujer monstruo gritó y gritó, yo lloré unas dos o tres veces, no sabía que la falta era tan grave, tan letal. Seguro merecía el peor de los castigos; nalgadas, quedarme parado por una hora en el rincón, sin almuerzo rico, sin caja imbécil y todo eso. Qué miedo, qué miedo pensaba mientras brotaba prosa de su hocico de lobo. -¡Entendiste!- terminó. –Sí- con los mocos mezclados con la saliva y el iris rojo. Me dieron un papel para que mi madre lo firmara, éste decía: -Su hijo ha incumplido en una falta de respeto a una profesora del plantel por lo que será suspendido una semana de clases-. No puede ser, soy un niño malo pensé, no. Ahora además de que me quitarían la caja imbécil, comida rica, cariños y todo eso, ya no iría a la escuela; no es que me encantara ir pero bien sabía que el hecho de ser suspendido era por haber hecho algo muy malo. No me oriné en los pantalones, ya había subido de nivel cuando menos, pero ahora iba al salón de clases sabiendo que era alguien malo. Uno de los recorridos más largos y duros fue de la dirección al salón, toqué la puerta y todos me voltearon a ver. Sabían que había llorado por los ojos rojos y los mocos secos sin limpiar, la frustrada sexualmente sólo dijo –Pásale-. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Era tan culpable, tan miserable y ya sólo puse atención sin hacer mucho en mi cabeza. Llegué a casa ese día, me regañaron y dijeron cosas, las mismas de la mujer lobo y la pérfida frustrada sexualmente. No dormí bien, ya nada sería igual. Pero qué es lesbiana.

J.L. Mejía

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