viernes, 23 de septiembre de 2011

El niño que quería ser un don nadie

Comenzaba la clase, en la escuela que tenía la fachada maltratada por el paso del tiempo. Una pintura con toques de desperdicio de paloma, polvo, pintura corriente ya descarapelada y los años que no pasan en balde. Esta escuela era común, más corriente que lo anterior.

No tenía ningún reconocimiento, tampoco tenían algún alumno egresado que fuera prominente político, empresario o deportista. El director de la misma, apenas y cobraba un salario que le solventaba los gastos mínimos, no para muchos lujos; nada de salidas o cosas de ocio para atontar el tiempo contra un gasto en ocasiones innecesario, pero necesario para no aburrirse con uno mismo o con los suyos.

En esta escuela no había mucho de variedad, más bien era mucho de lo común. Tenía un nombre de algún prominente empresario muerto hace tiempo y que en realidad no hizo mucho a favor de muchos, pero la historia, ésta que fue escrita por alguno, la historia lo puso a favor y en esa línea su premio post mortem será que su registro de bautizo sea inmortalizado en esa escuela, que apenas y alguna persona sabe cómo se llama. Siempre, cuando se pide referencia, la gente dice –La escuela de la esquina-, -La escuela verde- o dirán el primer nombre del empresario, si éste se llamaba Moisés, dirán –Sí, la calle donde está “La Moi”-. Nadie sabría quién fue –Moi-.

En la –Moi- estudiaba un niño. El niño don nadie. Cursaba el tercer grado de primaria, tenía clases de español e inglés. Don nadie, en ese entonces un niño. Se sentaba en la esquina, en un pupitre con garabatos, siempre su padre le enviaba un emparedado de jamón y jugo de uva. Los mismos aplastados dentro de su bolso, sus libros hacían labor. Matemáticas embarraba la mayonesa, español esparcía el jamón, libreta de tareas pintaba sus hojas de púrpura. Así era siempre; su padre le llamaba la atención pues don nadie era tan descuidado que, qué desdicha tener que llamarle la atención todos los días.

Un día; uno en el que el sol brillaba bien. La maestra de español hizo un ejercicio con sus alumnos. Dentro del grupo estaba don excelente, don primer lugar, don segundo lugar, doña ama de casa, doña empresaria, don deportista, don respetable, don presidente, don líder, don jefe, don esposo envidiable, doña esposa perfecta, don medio fracasado, don más o menos exitoso, don delincuente, doña víctima y don nadie. Retomando a la susodicha maestra, ésta preguntó a uno por uno qué querían ser de grandes. La pregunta del millón, así uno por uno. El primero decía enjundioso –Presidente-, después la segunda con más batería exclamaba –Doctora-, el tercero más sereno decía –Astronauta-, el cuarto con zozobra –Policia-. La maestra exclamaba, decía, opinaba y todo eso. Llegaba el turno de don nadie que al momento, su cuarta libreta del curso ya estaba mojada de jugo, en esta ocasión era de mango, a él no le gustaba el mango, pero igual su padre lo compraba y se lo enviaba pues a él le gustaba y en la etiqueta decía que era nutritivo; favorecía el crecimiento. Don nadie decía –Quiero ser un don nadie-. Todos, se preguntaban qué era ser un –Don nadie-. Ya tenían una inquietud para sus padres, de las inquietudes que les molestan, pues no saben qué responder para no malear tanto la mente tierna. Seguramente preguntaría algún curioso compañero de don nadie en la comida –papá, qué es ser un don nadie. Yo quiero ser-. Su padre seguro se preocuparía, sería un caos. La maestra sólo abriría los ojos con sorpresa, nunca supo lo de las libretas mojadas. Pero diría –Qué has dicho-. Él replicaría –Quiero ser un don nadie-. La maestra, seguiría preguntando uno por uno, se escucharían más –Pilotos-, -Mamás-, -Futbolistas-; no –Dones nadie- no.

Llegaría el final de la jornada escolar, la maestra le diría a don nadie que necesita hablar con él. Estará preocupada por su futuro como un don nadie más; uno más que es fracasado. Entonces él se queda, espera mientras ella hace unas llamadas, limpia su escritorio y luego le pregunta –por qué has dicho eso hoy en clase-, a lo que él seguramente diría –quiero ser como mi padre-. – ¿Tu padre es un don nadie?-. –Sí, lo es- diría.

-Explícame por qué es un don nadie-, sería el último palabrerío de la maestra. Él diría –Escuché a mi mamá decirle a mi papá –Eres un don nadie y siempre serás un don nadie-, justo cuando ella nos abandonó y se fue con otra persona. Esa tarde en la –Moi- no pasó nada relevante, no pintaron la fachada, el director pensó en cómo salir con gastos de su casa, la maestra tomó el mismo autobús a casa y don nadie igual embarró otro emparedado. 

Jorge Mejía

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