jueves, 1 de septiembre de 2011

El fin del mundo

Todos estaban allí y allá, aquí, acá, por todos lados. Lo sabían, era el final. Unos se enclaustraron en sus templos a orar, a esperar el día en que sus almas serían procesadas.
Citando el libro de –Ensayo sobre la ceguera-. –Se proclamaba allí el fin del mundo, la salvación penitencial, la visión del séptimo día, el advenimiento del ángel, la colisión cósmica, la extinción del sol, el espíritu de la tribu, la savia de la mandrágora, el ungüento del tigre, la virtud del signo, la disciplina del viento, el perfume de la luna, la reivindicación de la tiniebla, el poder del conjuro, la marca del calcañar, la crucifixión de la rosa, la pureza de la linfa, la sangre del gato negro, la dormición de la sombra, la revuelta de las mareas, la lógica de la antropofagia, la castración sin dolor, el tatuaje divino, la ceguera voluntaria, el pensamiento convexo, el cóncavo, el plano, el vertical, el inclinado el concentrado, el disperso, el huido la ablación de las cuerdas vocales, la muerte de la palabra-. Estaban los que durante toda su vida siguieron preceptos, éstos sabían que el día llegaría y estaba allí. Algunos se reunían en sitios comunes, daban las últimas palabras. Era una fotografía única en la que, un sacerdote de una religión tercera daba un discurso a unos fieles, mezclados como una sola y como ninguna, estaba el de una religión primera el cual tranquilizaba a otro de una religión segunda, el de la religión cuarta que deseaba dar a conocer su forma de ver el juicio final, el de la religión quinta que decía que ya daba igual todo, el de la religión sexta que se ofendía por no ser la palabra de su salvador la que se escuchara.  Estaban los oportunistas, los mismos que si no era el fin del mundo se escondían bajo una –Matrioska-; sin embargo no era así, entonces escupían su verdadera esencia carroñera. Unos cuantos robaban, ya no importaba si poseían mucho oro, éste se fundiría con ellos. Otros tantos afloraban su complejo hedonista, preferían sentir los últimos placeres. De éstos, unos comían lo último hasta vomitar y volver a comer; no importaban diarreas futuras, éstas no existirían, no importaba conservar la figura tampoco. Otros poseían cuerpos, los mismos que habían deseado y no lograron por alguna razón poseer, sólo que ahora, se sacudían el miedo para dejar salir esa bestia detenida. Otros por default guardaban sus cosas, guardaban sus papeles e información importante, guardaban sus posesiones, ésas que tantos años costaron, todos en pánico acudían a la banca para sacar su líquido; sin embargo el sistema colapsó pues la banca no contaba con dinero para todos. Como si les sirviera de algo, el fin del mundo igual terminaría con el hombre más pobre y más rico. Otros tantos se dedicaron a beber y consumir sustancias, ésas que aunque no fuese el fin del mundo igual hacían olvidar; sería mejor recibir el final olvidando. Los poderosos se dedicaron a buscar opciones, desesperados buscaban comprar salida a Marte, Luna o estaciones espaciales, mientras sus ejércitos contenían el pánico. Algunos científicos buscaban respuestas, algunos músicos componían alguna melodía épica para que ésta fuera reconocida en muchos años, luego recordaban y no importaba, era el final. Estaban los niños que no sabían mucho, sólo temían al ver la paranoia general del adulto. Los doctores que ya no sabían si seguir curando, los enfermos que no sabían si seguir pagando. Existían dolores, arrepentimientos, perdones y olvidos. Había un hombre, el cual hacia sus cosas como un día cualquiera, éste plantaba un pequeño árbol en su jardín. Su vecino provisionando con lo robado, lo observaba y le decía – ¿No sabes que es el fin del mundo?-, a lo que respondía –Sí-. – ¿Entonces?-. –Entonces nada-. -¿Qué no harás nada?-. –Estoy plantando -. -¡Qué dices!, resguárdate, aprovisiona, reza-. -Sólo deseo plantar, me gusta hacerlo. Luego tal vez iré a pasear entre el caos, hace un lindo sol- finalizó.

Jorge Mejía

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