jueves, 8 de septiembre de 2011

Salomón

Salomón era, lo que se podía decir un buen hombre. Cuando niño tuvo una educación estricta por parte de su padre, lo dejaba parado volteado contra la pared cuanto éste hacía algo mal. Ante la insistencia de su madre de no hacer eso, el padre hacía oídos sordos argumentando –Debe hacerse un hombre-.
Salomón reprobó, rincón. Salomón mojó la cama, rincón. Salomón habló solo, rincón. Salomón hurgó la alacena, rincón. Salomón jugó con algún animal sucio, rincón. Salomón era encontrado en la calle jugando, rincón. Así vivía Salomón, no tenía hermanos, pero si tenía unos soldados de plástico, hacía la guerra con éstos. Formaba los batallones, colocaba las compañías, los pelotones y escuadras; todos bien alineados. Fingía ser el general, gritaba, inconscientemente ordenaba un poco como su padre, era como su padre en pequeño en ese instante. Utilizaba lápices para simular los cañones, pero los que no tuvieran punta, aquéllos que la tuvieran servían como misiles, utilizaba sus pequeños carros como tanques de combate, armaba la guerra, le gustaba que los soldados cayeran uno por uno, armaba el diálogo, las onomatopeyas -¡Bum!- para la granada recién explotada. -¡Bam!- para la granada también; algún misil que explotara. -¡Trac!- era el sonido de los fusiles en acción, aunque el soldado en su figura portara una pistola, granada, fusil o bazuca, igual hacía el mismo sonido. –¡Argh!- para los soldados que caían. –¡Trumb!- para un tanque que aplastaba el camino. -¡Brrr!- para el motor de los vehículos. -¡Buuu!- para el sonido de las sirenas. Así, tenía un sonido diferente para cada acción de su juego. Le gustaba estar horas en el piso jugando, en el frío, su madre era condescendiente pues, le dejaba estar en el piso, si su padre viera la escena seguro le llamaría la atención y en el caso extremo sería rincón. El rincón era aburrido, no había onomatopeyas, no había batallones, no había lápices simulando algo. Mientras estaba en el rincón su padre cuidaba la escena, siempre. La escena de Salomón no variaba, la que sí, era la del padre. Él atrás de Salomón, bebía algún trago de alcohol, no se sabe bien qué tipo de alcohol era, pero éste siempre lo bebía. Sentado en una silla, se escuchaba una melodía que decía –Por una cabeza de un noble potrillo-, sería Gardel. Pero a Salomón no le gustaba esa música, él estaba interesado en las onomatopeyas. Pensaba en nuevas para seguir su juego mañana por la tarde, cuando su padre no estuviera. Su madre lo veía beber; veía a Salomón parado contra el rincón, no podía hacer mucho, así lo quería su marido pues había cometido alguna falta. Salomón pensaba en sonidos divertidos, mientras se escuchaba de fondo alguna melodía que decía –Adiós muchachos, compañeros de mi vida-, sonidos nuevos de bombas, sonidos nuevos de un tanque friccionando el piso normal y el piso enlodado, algún sonido para el águila enemiga que atacara a las palomas mensajeras, algún sonido de grito dependiendo la muerte o la herida del soldado. Salomón dejaba el castigo cuando su padre terminaba noqueado por el alcohol o pasara alguna otra situación. Cuando creció, ya no lo castigaban así. Poco a poco a Salomón le importaron poco los soldados y los sonidos. Creció y estudió, trabajó y dejó de imaginar. Ahora tenía responsabilidades; cosas de ésas que lo hacen a uno sentirse importante. Empleo, familia y bienes. Se podía decir que era un buen hombre.


Jorge Mejía

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