martes, 20 de septiembre de 2011

La princesa frustrada

Ella, creció como una niña normal entre comillas. La princesa de papá y de su familia, siempre fue una hija deseada y adorada, toda una princesa de tiempos modernos sin línea de nobleza, sólo era una princesa de hoy.

Cuando era pequeña, siempre fue muy mimada, generalmente era la recibe todo por parte de sus queridos, su padre le decía –Mi pequeña princesa-. Jugaba a sentirse princesa en su propio reino. Su abuela le contaba historias de amor, de amor verdadero, de esas historias que ella seguramente no vivió, pero de algún sitio las sacó o pensó. Las mismas historias que siempre terminarán en final feliz, de algún príncipe encantador con espada luchando contra todo por el amor de su princesa en la torre, besos a la media noche, bailes reales, derroche de miel y dulzura.

La princesa creció así, en ese mundo de colores del arcoíris. Un día morado, otro rosa, otro verde manzana, otro rojo como las rosas y sin más que sus ilusiones. Observaba en el televisor las historias de princesas que obtuvieron su príncipe, el llamado príncipe azul. Historias sobre el sapo que se hizo príncipe, la princesa que se despertó con un beso de su amado, el príncipe que luchó contra el dragón. La princesa sonreía y quería una historia similar, basándose en la recepción de la felicidad según esas historias. La princesa crecía y esperaba a su príncipe azul, durante ese tiempo de crecimiento, llegaron ciertos hombres a los que llamaré –Lacayos-. Pues no cumplían los estándares de la princesa. Estaba el gordo, pero con buen corazón, estaba el feo, pero con ganas de querer, estaba el tonto, pero noble. No, no empataba ninguno con un príncipe, con lo que ella buscaba, sólo lacayos. Pues, una princesa debe tener lo mejor, lo que ella siempre desea y lo mejor era un príncipe, cimentado en una belleza exterior de lujo y una belleza interior de brillo, con alma de guerrero, agresivo pero a la vez tan empalagoso como la sacarosa. Así pasaron los años, la princesa seguía esperando al príncipe moderno. No se entregaba a nadie, a ningún lacayo o subordinado como ella los veía. Los veía con vileza, decía –No me merecen-.

Un día llegó el perfecto, según la princesa. Era lo que buscaba y la emoción era tanta que no lo podía creer. Era la imagen perfecta, la cubierta enviada por dios. Era hermoso, tenía la perfección en estética. Entonces, ahora sí la princesa podía alimentar su ego y por ende tener su trofeo. Su juguete personal, su príncipe azul. Su presunción ante las otras princesas vacías y ante los miembros de la realeza entre comillas. La palabra amor, venía a prostituirse una vez más, no era más que una fijación superflua en conjunción con vacios y bombardeos de arquetipos comprados y vendidos tan fácilmente.

Pasó el tiempo, el príncipe azul no fue tan azul. Perdió lo azul durante el tiempo de unión a la princesa, ahora frustrada. Era la historia perfecta de la princesa frustrada y el príncipe no tan azul. Donde afloraban egos, mentiras, engaños, poses y vacios. Rebotaban entre ellos, un día todo era color rosa, al otro era color negro.

La princesa frustrada ahora sin el príncipe no tan azul, pues éste había aflorado el cobre, como dicen algunas personas, se había ido. Ahora ella y su soledad, esperaban al príncipe azul de verdad. Llenaba su frustración con melodías de sufrimiento, martillando su alma, castigándola y ante todo gozando del sufrimiento. Pues ahora sí, vivía una historia de televisión de sufrimiento y donde ella se sentía la protagonista, le gustaba y lo disfrutaba. Mientras esperaba al siguiente príncipe no tan azul, seguiría besando a los sapos.  

Jorge Mejía

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