martes, 6 de septiembre de 2011

Desempleado

Sacas el traje, ése que siempre usas. El de la boda esporádica, el de evento formal, el de la entrevista laboral. No es de etiqueta, es de una tela que por dentro se ha desgarrado, le quitas las arrugas con plancha aunque quede brilloso, tiene un agujero en la parte de la rodilla derecha, éste por tanta fricción al cruzar la pierna mientras estás en las salas de espera.
Los zapatos están color negro con matices de raspones por tropezones en banquetas levantadas, por correr para llegar a tiempo a la entrevista, por algún pisotón en el metro. Eres uno más buscando, uno más esperando, uno que está allí. Te sabes todas las calles, todos los barrios, todos los sitios de la ciudad. Bien podrías ser cartógrafo si te ofrecieran ese empleo. Bien podrías ser guía turístico, pues has visto tantos nombres de calles –Homero-, -Ferrocarril de Cuernavaca-, -Paseo de los tamarindos-, -Moliere-, entre otras. Ya es usual que mientras esperas o caminas te confundan con alguien pues te pareces a otro, -¿Eres X?, -Hola Y, cómo estás-, -Qué tal Z-. No conoces a ninguno, sólo les dices –No, me confundes-. Asistes a las oficinas de empleo, esperas, llenas solicitudes, esperas, nada. Acudes a sitios de internet, solicitas vacantes, envías tu hoja de vida, arribas al siguiente día y no hay nada nuevo, ni un mensaje, eso es más desalentador. Piensas qué hubiera sido de ti si hubieras hecho otra cosa y no lo que haces o sabes hacer. Te sientas en la banqueta, prendes un cigarrillo, lo fumas e imaginas. –Si hubiera sido bolero-, -Si hubiera sido jardinero-, -Si hubiera sido algo en la vida-. Pasa una chica, es bella piensas. Te imaginas con ella, piensas en esa utopía de fijación en ti. En ese momento de bajeza sólo tienes una estima reducida, piensas si te verá, pues si te ve te hará el día, te inyectará un algo a eso algo que está reducido en el instante. No percibe tu presencia, sólo sigue. Sigues fumando, piensas en qué otras opciones tienes. Piensas en qué hacer pues no hay mucho tiempo. Recorres más oficinas, más empresas, recibes más –Nosotros le llamamos-. Nunca nada directo, siempre –Nos comunicamos contigo-, es un albur pues, ya no sabes si es sí o no. Esa es la rutina, ir y rebotar, ya sabes de memoria que decir, qué te preguntarán, ya sabes que no decir. Las banquetas ya conocen la altura de tus zapatos y ven sus raspones, son frías pero no importa, es igual estar sentado en ese sitio que en la silla ejecutiva. Traes esa corbata oscura, con manchas de algo que le ha caído pero no se nota por el color. Esperas, nada pero esperas. Ves a los oficinistas salir a comprar algo de comer, todos en grupo riendo, mientras observas sentado allí con la ceniza que ha caído sobre el pantalón. Piensas qué trabajo harán o articulas sus historias de vida. Te levantas, tienes que ir a otra oficina, a decir lo mismo de siempre y llenar las mismas hojas. Pasa un perro y le dices –Ven-, se acerca y se deja acariciar, te lame la mano. Esa situación te ha llenado ese vacío del día. Mañana será otro día.

Jorge Mejía

3 comentarios:

  1. Hola amigos, gracias por sus comentarios y por tomar el tiempo de leer estos escritos. Al final, como decía Saramago -Escribo no por agradar o desagradar, escribo para desasosegar-.
    Un saludo.

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